Argentina: La incompatibilidad del peronismo con la democracia y el crecimiento económico

El peronismo no tolera que la Argentina se haga una vida sin él

El ataque a la Corte no es un plato del día sino la sopa de siempre, la reedición del juicio político de 1947 con el que Perón se cocinó un tribunal a la medida


Loris Zanatta || LA NACION






Entre su ombligo y la ley, el peronismo siempre elige su ombligo. Entre el poder y las instituciones, siempre el poder. Ha introyectado tanto la idea de que la patria le pertenece, se ha convencido tanto de que encarna al “pueblo mítico”, que confunde su destino con el de ellos. Está dispuesto a llevárselos al más allá con tal de que no lo sobrevivan: ¡que muera Sansón con todos los filisteos! Como en el sati, la antigua costumbre india que cuando morían los maridos condenaba a la hoguera a las viudas, el peronismo no tolera que la Argentina se haga una vida sin él. Pero mientras el sati es ilegal, el milenarismo peronista nunca pasa de moda. El asalto a la Corte Suprema es solo el ejemplo más reciente y más serio: un acto de acoso constitucional, una intimidación, cosas de bajos fondos. De aquí a las elecciones veremos otros, me temo, cada vez más temerarios, cada vez más peligrosos.

No es un plato del día. Es la sopa de siempre, la reedición del juicio político de 1947, aquel con el que Perón se cocinó un tribunal a la medida. El sentido es el mismo: la democracia peronista no es una democracia liberal, la Constitución es una pantalla para leguleyos. Para citar uno de sus epígonos: la famosa división de poderes del célebre Montesquieu no forma parte de su bagaje. Porque el peronismo es hijo de otra familia, fruto de otro árbol. Del árbol populista, monista, absolutista; árbol preliberal, preconstitucional, predemocrático. Premio a la sinceridad, así se jactaba uno de sus ideólogos: es una “dictadura pro-pueblo”, su pueblo elevado a todo el pueblo. Desde entonces el pueblo peronista se ha contraído, el impulso dictatorial no. Desde el regreso a la democracia, me dijo un funcionario peronista, siempre le hemos sido leales. Me quedé perplejo, ¡qué buena persona! Al ver ahora repetirse el viejo guion, la perplejidad se convierte en certeza: las mismas raíces dan siempre la misma planta.

¿Qué es el peronismo hoy? ¿Qué quiere? ¿Cómo funciona? Sospecho que ni los peronistas lo saben. Es un rompecabezas de tribus. Una puerta giratoria por la que se entra y se sale entre un gresca y otra. Un tren al que todos se suben para llegar al poder y del que desenganchan los vagones nada más tomarlo para no compartir su parte del botín. Un carcamal puerta adentro que se compacta puerta afuera; un todo que no se resigna a ser parte. ¿Hay un partido justicialista? ¿Cómo elige sus cargos? ¿Dónde debate su programa? Peronismo kirchnerista, peronismo sindical, peronismo francisquista, peronismo federal, cada uno con sus feudos y peleas. Cristina busca impunidad; Moyano, a fuerza de andar de acá para allá, ya no sabe de qué lado está; Massa se balancea impalpable en el viento, Schiaretti susurra tan bajo que ni él se escucha, Grabois truena para ver si graniza. ¿Alguien se orienta? ¡Si al menos los uniera el pasado, la historia, el mito! Al contrario. Cada uno lo cuenta a su manera, el 17 de octubre lo celebran divididos, unos dicen misas por Rucci y los otros vitorean a quienes lo mataron. Y así. ¿Qué sentido tiene? Deberían hacer un álbum de figuritas, como el del Mundial, una guía para entender algo.

Se bromea para no temblar, se ríe para no llorar. En estas condiciones, el peronismo es un cañón suelto. Ninguna novedad, se dirá. Es cierto. Pero cuanto más oscura la noche, más aterradores los relámpagos; cuanto más desesperados los heridos, más temibles sus reacciones. Surge entonces la pregunta: ¿cómo le va con los anticuerpos a la democracia argentina? Además de un pacto explícito, la Constitución, toda democracia descansa sobre un pacto implícito: hay límites infranqueables, fronteras inviolables. Contra quienes las crucen se disparan las alarmas y los réprobos son aislados, sancionados y devueltos a las vías institucionales. No sólo por los opositores, sino también por los aliados, la prensa y las corporaciones, las iglesias y las instituciones, los grupos de interés y las asociaciones de la sociedad civil: está en juego la sostenibilidad del sistema, la legitimidad mutua de sus actores. En la Argentina se ha rebasado el límite, se han violado las fronteras. ¡No lo hizo un funcionario de tercera línea sino el propio Presidente! Es legítimo criticar las sentencias de los tribunales, incluso las del tribunal constitucional. Pero desobedecerlas es subversivo, es incendiar el edificio institucional en el que todos vivimos: ¿qué queda del Estado de derecho? Si el controlado, el gobierno, silencia al controlador, la Corte, ¿quién lo controlará? Alguien tendrá que responder por ello algún día.

Ante tal enormidad, era esperable un rechazo generalizado. Así fue en gran medida y es una buena señal. La prensa reaccionó con valentía. Los industriales sin dudarlo. Lo mismo hicieron otras categorías y corporaciones. La Iglesia fue explícita: pidió “máximo respeto a la Constitución”, palabras que pesan en la interna peronista. En definitiva, los anticuerpos democráticos están ahí. Los únicos ausentes fueron los intelectuales “progresistas”, demócratas a corriente alternada. No desarrollaron los anticuerpos. Será por la vacuna china o cubana.

Sólo faltan los peronistas. ¿Nadie que se distancie? ¿Todos en el barranco tras la flautista y su ventrílocuo? No lo creo. A fuerza de tirarlas, hasta las cuerdas más fuertes se rompen. No me extrañaría que la ofensiva contra la Corte se convirtiera en un boomerang, en la oportunidad que esperaba el peronismo de Perón, oportunista y pragmático, para sacudirse al peronismo de Eva, fanático e ideológico, convertido en piantavotos: el péndulo peronista de siempre. Se crearían así las condiciones para una vasta coalición panperonista a caballo de la grieta, entre peronistas a sabiendas y peronistas sin saberlo: hasta Perón nos votaría, se animó alguien, hablando por oír su propia voz. Muchos serían felices, desde Buenos Aires hasta Roma.

¿Vamos por buen camino, entonces? Depende. No tanto para los que sueñan con no tener que amoldarse a un vago “peronismo cultural” para ser considerados agentinos a la par de los demás, para quienes creen que ese mismo peronismo transversal es parte del problema. ¡No más religiones políticas! Son incompatibles con una democracia pluralista, con una sana alternancia entre propuestas alternativas. Por eso se acabaron los regímenes fascistas y comunistas. Si la democracia cristiana italiana ha desaparecido, si el PRI mexicano ya no es lo que era, el partido peronista también puede cerrar sus puertas. No sería ninguna tragedia. Su pasado será así historia, la Argentina pasará página y mirará hacia adelante.





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